Olvidé
de nuevo coger el paraguas. Mierda. Pero si ayer decía el hombre del
tiempo, sí hombre, el calvo, ese tan simpático… pues eso, que
decía que hoy ya salía el sol. Y ahora resulta que no. Total, que
todo el día por ahí y yo sin paraguas, y con las bambas estas de
tela barata, que serán muy monas, no te lo niego, pero también te
digo que yo hoy, a las cinco de la tarde, ya tengo los pies mojados…
en fin… métete en el lavabo de cualquier bar, sécate los
calcetines –o cómprate unos en los chinos-, jaleo, jaleo, y más
jaleo, como si no tuviera más cosas en qué pensar. Y que han bajado
las temperaturas de golpe, que esa es otra, ¿y ahora qué jersei me
pondré yo mañana? Si todos los que tengo limpios, de estos de
entretiempo, los tendí ayer, y claro, con la que cayó, con barro y
todo, o al menos en mi barrio, pues hechos un fiasco que están los
pobres.
Bueno
pues… por cierto, que me han contado que el coche del Pedro se ha
quedado hecho un asco… que con el tormentón de ayer, que él vive
en el pueblo este perdido de la mano de dios, cómo se llama… bueno
da igual, pues que se le cayó un árbol al Seat este que tiene, que
lo chafó enterito, qué mala suerte, con el cariño que le tenía,
quien iba a imaginar una cosa así… en fin… que loco está el
tiempo, loco está el tiempo…
Así
que Adela salió ese día sin paraguas de casa y decidió finalmente,
y para ahorrarse más embrollos, comprarse un paraguas de un euro en
un bazar. Ya tenía uno en casa, y dadas las circunstancias no podía
permitirse gastarse, pongamos quince euros, en un paraguas decente.
Lo que sucedió a continuación fue desastroso. Cuando llevaba unos
quince minutos caminando bajo la intensa lluvia otoñal, un grito
afilado calló durante un instante el bullicio de una de las calles
más transitadas de la ciudad.
Se giró y contempló una señora de
mediana edad aullando de dolor, con la mano ensangrentada tratando de
tapar su ojo derecho. La varilla del paraguas. El paraguas de mierda.
La lluvia constante. El ojo hecho un desastre.
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Ilustración: Iolanda Marrasé |
La
ambulancia. El hospital. La espera La familia llegando. Adela
llorando, desesperada, intentando explicar lo inexplicable. La mirada
del marido de Elena, la mujer accidentada. Los días pasando. Elena
en observación. La noticia del doctor. La salvación del ojo de
Elena. El hijo de Elena sacando una botella de cava en medio de la
sala de espera. Las miradas cruzadas entre Adela y el hijo de Elena.
Los días, las estaciones, y las temperaturas cambiando. Una tarde de
cine. Unas cervezas. Unas caricias. La muerte del padre de Adela. El
desconsuelo, el frío, el invierno. Los besos de Carlos, el hijo de
Elena, el marido de Adela. Los meses pasando. El verano. Adela
preciosa, en la playa, embarazada. La crisis. Carlos perdiendo su
empleo. Broncas. No hay dinero. La respiración del pequeño Álex,
el hijo de Adela y Carlos, acompasada y ajena a todo. El estruendo de
un trueno. Álex despertándose y Adela acurrucándolo entre sus
brazos, mientras Carlos los contempla, feliz. Más problemas. El
divorcio. Llueve de nuevo. Carlos caminando sin paraguas por una
calle solitaria y mal iluminada. Triste pero aliviado. Respira hondo,
pero no ve venir un coche a gran velocidad. Un coche que no ve nada.
Llueve, como ha llovido tantas veces, y volverá a hacerlo otras
tantas más. En algún momento ya saldrá el sol y lo secará todo, y
en otro, vendrá el viento frío y las brumas invernales para
sacarnos de la ensoñación del verano eterno.
El
hombre del tiempo, el calvo graciosillo, vuelve a irrumpir en el
televisor. Y volverán a haber inclemencias meteorológicas, ha
comentado.
Publicado en Revista Cactus. Febrero 2014
Publicado en Revista Cactus. Febrero 2014
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